TRUMP: LOS NEGOCIOS CONTRA LA GUERRA

Thierry Meyssan nos invita a que observemos a Donald Trump sin juzgarlo según los criterios de su predecesor sino tratando de entender su propia lógica. Y observa que el nuevo presidente useño está tratando de restaurar la paz y de reactivar el comercio mundial, pero sobre una nueva base, totalmente diferente a la actual globalización.

Para comprender la administración Trump, ver también:
«Trump: ¡Basta ya con el 11 de septiembre!», 25 de enero de 2017. 
«Contra Donald Trump: la propaganda de guerra», 7 de febrero de 2017.

Donald Trump inaugura el «Strategy and Policy Forum» en la Casa Blanca, el 3 de febrero de 2017

Tratando de echar por tierra el poder que le precedió y que se aferra al control en contra suya, el presidente Donald Trump no puede conformar su administración apoyándose en la clase política ni en altos funcionarios. Por eso está recurriendo a nuevas personalidades, a empresarios como él, a pesar de los riesgos que eso implica.

Según la ideología puritana en boga desde la disolución de la Unión Soviética, es un crimen mezclar la política de un Estado con los negocios personales, razón por la cual se instauró una estricta separación entre ambas cosas. En siglos anteriores, por el contrario, la política no se abordaba bajo una perspectiva moral sino siguiendo el principio de la eficacia. En esos tiempos se consideraba normal asociar los empresarios a la política. El enriquecimiento personal de estos últimos se calificaba de «corrupción» sólo si se enriquecían en detrimento de la Nación, no cuando la desarrollaban.

En lo que concierne a sus relaciones con los Dos Grandes, el presidente Trump aborda el tema de Rusia en el plano político y el tema de China en el plano comercial. Por eso recurre a Rex Tillerson —el ex patrón de ExxonMobil—, amigo personal de Vladimir Putin, como secretario de Estado; y a Stephen Schwarzman —el mandamás de la firma de inversiones y capital Blackstone—, amigo personal del presidente Xi Jinping, nombrándolo presidente del nuevo órgano consultivo encargado de proponer la nueva política comercial estadounidense: el Foro Estratégico y Político (Strategy and Policy Forum), inaugurado personalmente por el presidente Trump en la Casa Blanca, el 3 de febrero. Ese Foro reúne a 19 empresarios de muy alto nivel. Contrariamente a las prácticas anteriores, esos consejeros no fueron designados teniendo en cuenta si apoyaron o no al presidente en su campaña electoral, ni tampoco en función de las empresas que dirigen, del tamaño de estas o de su influencia. Sólo se tuvo en cuenta la capacidad personal de dirección de los seleccionados.


Rex Tillerson

Como director de ExxonMobil, Rex Tillerson concibió una forma de asociación con sus homólogos rusos. Gazprom y, posteriormente, Rosneft autorizaron a los estadounidenses a trabajar en Rusia, a condición de que los estadounidenses hicieran lo mismo autorizando esos consorcios a trabajar con ellos en otras partes del mundo. Los rusos cubrieron así un tercio de las operaciones de ExxonMobil en el Golfo de México, mientras que la transnacional estadounidense participó en el descubrimiento de un gigantesco campo de hidrocarburos en el Mar de Kara.


Fue ese éxito lo que le valió a Rex Tillerson recibir la Medalla de la Amistad de manos del presidente Vladimir Putin. Pero la prensa prefiere resaltar los vínculos personales que Tillerson estableció con el presidente ruso y con Igor Sechin, hombre de confianza de Putin.

A la cabeza de ExxonMobil, Tillerson se enfrentó a la familia Rockefeller, fundadora del emporio. Logró hacer valer su punto de vista y los Rockefeller comenzaron a vender sus acciones para abandonar la compañía.

Según los Rockefeller, el petróleo y el gas son recursos finitos, o sea limitados, que están a punto de agotarse —conforme a la teoría divulgada en los años 1970 por el Club de Roma. El uso de esos recursos provoca emisiones de carbono hacia la atmósfera y así da lugar al calentamiento climático del planeta —teoría difundida en los años 2000 por el GIEC y el ex-vicepresidente demócrata estadounidense Al Gore. Y es hora de pasar a fuentes renovables de energía.

Por el contrario, para Rex Tillerson, nada permite validar la idea de que los hidrocarburos son una especie de compost de detritus biológicos. Constantemente siguen apareciendo nuevos yacimientos en zonas donde no parecía que pudiesen haber yacimientos y a profundidades cada vez mayores. Nada demuestra que los hidrocarburos vayan a agotarse en los próximos siglos. Nada prueba tampoco que el carbono proveniente de las actividades humanas sea la causa del cambio climático. Los dos bandos inmersos en ese debate han financiado un intenso cabildeo para convencer a los políticos que toman las decisiones porque ninguna de las dos partes dispone de un argumento determinante.

Pero los dos bandos también defienden, por otro lado, posiciones diametralmente opuestas en materia de política exterior. Es por eso que la lucha entre los Rockefeller y Tillerson tuvo un impacto en la política internacional. Veamos:
En 2005, los Rockefeller aconsejaron a Qatar —cuyos ingresos provienen de ExxonMobil— que apoyara a la Hermandad Musulmana. Después, en 2011, aconsejaron a Qatar que se implicara en la guerra contra Siria. Y Qatar dilapidó decenas de miles de millones de dólares en apoyo a los grupos yijadistas.

Tillerson, por el contrario, consideró que la guerra clandestina es buena para la política imperial, pero no hace avanzar los negocios. Desde la derrota de los Rockefeller, Qatar ha venido retirándose paulatinamente de la guerra y dedica sus gastos a los preparativos de la Copa Mundial de Fútbol.

En todo caso, la administración Trump no ha tomado, hasta ahora, ninguna decisión sobre Rusia, exceptuando la abrogación de las sanciones adoptadas en reacción a una injerencia en la campaña electoral estadounidense, injerencia supuestamente observada por la CIA.


Stephen Schwarzman

El presidente Trump inicialmente incomodó a China al aceptar una llamada telefónica de la presidenta de Taiwan, a pesar del principio de «Un país, dos sistemas». Recientemente ofreció excusas al presidente Xi Jinping, deseándole calurosamente un «Feliz año del Gallo de Fuego».

Pero antes le hizo un regalo de lujo al anular la participación de Estados Unidos en el Tratado Transpacífico. Ese acuerdo, que ni siquiera estaba firmado aún, estaba concebido —como todo el conjunto de la globalización de los 15 últimos años— para excluir a China del poder de decisión.

El presidente Trump ha abierto un canal de negociación con las principales autoridades comerciales y financieras chinas, a través de los miembros de su Foro Estratégico y Político. Un 9,3% de la empresa de Stephen Schwarzman, Blackstone, pertenece desde 2007 al fondo soberano chino China Investment Corp., cuyo director de aquella época, Lou Jiwei, es el actual ministro de Finanzas de la República Popular China.

Schwarzman es miembro del Consejo Consultivo de la Escuela de Economía y Gestión de la Universidad Tsinghua. Y ese Consejo, bajo la presidencia del ex-primer ministro Zhu Rongji, reúne en su seno a importantísimas personalidades chinas y occidentales. Basta con citar a Mary Barra, de General Motors; Jamie Dimon, de JP Morgan Chase; Doug McMillon, de Wal-Mart Stores; Elon Musk, de Tesla Motors; e Indra K. Nooyi, de PepsiCo; quienes además son ahora miembros del nuevo Foro Estratégico y Político de la Casa Blanca.

Doug McMillon, presidente y CEO de Wal-Mart Stores, Inc.

En un artículo anterior, indiqué que desde su encuentro con Jack Ma —de Alibaba Group e igualmente miembro del Consejo Consultivo de la Universidad Tsinghua—, Donald Trump se plantea la posibilidad de que Estados Unidos se incorpore al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (Asian Infraestructure Investment Bank o AIIB). Si esa posibilidad se concretara, Estados Unidos estaría iniciando una verdadera cooperación para desarrollar las «rutas de la seda», lo cual haría inútiles los conflictos en Ucrania y en Siria.

La cooperación a través del comercio

Desde la disolución de la URSS, la política de Estados Unidos se trazaba según la «doctrina Wolfowitz». Para garantizar que Estados Unidos fuese «el primero», las sucesivas administraciones no vacilaron en librar de manera consciente toda una serie de guerras que empobrecieron el país.

Por supuesto, ese empobrecimiento no fue para todos. Por eso se vio un conflicto intestino del capitalismo entre las empresas que se beneficiaban con la guerra —actualmente BAE, Caterpillar, KKR, LafargeHolcim, Lockeed Martin, Raytheon, etc...— y las que sabían que podían beneficiarse con la paz.

La administración Trump pretende reactivar el desarrollo de Estados Unidos rompiendo con el ideal de ser «el primero» y fijando como objetivo ser «el mejor». Para eso hay que actuar rápido. Se necesitarán años para abrir las «rutas de la seda», aunque su construcción ya está ampliamente iniciada. Por consiguiente, Estados Unidos no tiene tiempo para ponerse a renegociar los grandes tratados comerciales multilaterales ya existentes. Tiene que concluir sin demora acuerdos bilaterales para que los contratos se apliquen de inmediato.

Consciente de que es extremadamente difícil convertir una economía de guerra en economía de paz, Donald Trump asoció a su Foro Estratégico y Político un empresario proveniente de una de las grandes firmas que podrían desarrollarse tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra:: Jim McNerney, de Boeing.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article195245.html

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