SEXO, DROGAS Y CAPITALISMO

¿Recuerdan ese lema muy popular durante las décadas de 1970s y 1980s en Estados Unidos y Europa occidental que decía: «Sexo, drogas y rock&roll»? ¿Recuerdan también el otro lema, quizá menos conocido, que decía: «Vive deprisa, muere joven»? Tal vez sea necesario reflexionar un poco sobre qué y quién estaba detrás de la propagación de aquel estilo de vida, muy destructivo y dirigido hacia, o más bien, contra la juventud. Veamos qué hay detrás de los focos.


La industria, mediante las cadenas de producción que tanto se desarrollaron en el siglo XX y que llevaron al mundo a la mayor producción de bienes de consumo de la historia, no sólo producía cosas materiales, también pasó a producir como otro elemento de consumo más: el arte y la música. Más que nunca en el pasado, cayeron en manos de grandes empresas, es decir, en manos de capitalistas que veían un enorme nicho de negocio… e incluso me adelantaría a decir que vieron mucho más que un negocio. Vieron también un medio de control social, de creación y sostenimiento de determinados comportamientos, siempre dirigidos y apuntando hacia el mercado capitalista.

Situémonos en USA, con el surgimiento de conjuntos de música popular de diferentes estilos entre las décadas de 1920s y 1950s. Convergen varias tendencias: por un lado, una sociedad victoriosa a partir de 1945 por mor de la guerra, y en expansión económica, con un aura de abundancia inagotable… Ahí está la demanda, y rápidamente el capitalismo puso su oferta, pues aparecen las gigantescas compañías discográficas que reúnen a tantas bandas de música popular como pueden, las cuadran por el medio que sea en los cánones de estilo que desean los dueños de las discográficas, y ya tienen su producción musical. La cadena de producción llegó a la música, donde el empresario ordena a sus empleados la creación de un producto que se ajuste a determinadas condiciones y si no, ¡despedidos!

Este «mercado», también conocido como «la industria musical», literalmente se convirtió en otro sector más de la economía capitalista, donde diferentes empresas competían por los nichos de mercado, creando tendencias musicales o apoyando grupos marginales para ponerlos en los escenarios más grandes y venderlos como un producto más. Si piensan en la década de 1970s, por ejemplo, estaría la música «dance» como creación de la industria musical, y el «punk» como apoyo de la industria musical a los grupos marginales.

De cada estilo musical se fue derivando una subcultura misma dentro de los países de Europa occidental y USA. Lo cual ni es bueno ni es malo, simplemente es reflejo de lo sucedido. Quizá porque las personas son por naturaleza tendentes a agruparse con sus máximos semejantes, y si no, los busca incesantemente hasta encontrar un grupo donde todos los individuos se sientan representados. Según los ejemplos anteriores, unos se sentían representados con los trajes brillantes y voces agudas en canciones festivas, y otros se sentían representados con las ropas tan desgarradas como las voces que cantaban sobre las cosas a las que se oponían.

Y es en la década de 1970 donde estas subculturas musicales parecen consolidarse en estos países y ahí encontró la industria musical otro nicho de mercado. Cada cierto tiempo creaban una nueva tendencia, la ponían en los escenarios más grandes y con más focos, lo publicitaban en todos los medios de comunicación… Básicamente creaban la moda para unos años. Ante nosotros se desplegaba un arma de distracción masiva de dimensiones desconocidas hasta la fecha.

La música dejó de ser música, como el arte dejó de ser arte a principios del siglo XX para convertirse en puro mercadeo capitalista. La música entre las décadas de 1970s y 1980s se convirtió en el nuevo fetiche capitalista. Otro fetiche para las masas. La música era lo de menos, lo importante era la venta de imagen, de un modo de vida asociado con la escucha o afición a cierto estilo musical. Al igual que el gusto por tal o cual estilo artístico lo aparejaron con un modo de vida concreto.

En la década de 1980s la moda eran los «sonidos fuertes»: el rock & roll, el heavy metal, el punk, y más estilos que fueron desarrollándose en esa década. La industria musical dio empleo a cientos de grupos. Unos grupos mantuvieron en mayor o menor medida su estilo propio, creando su propia subcultura de fans, pero muchos otros grupos parecían salir de una cadena de producción: Maquillaje, cardados, botas con altos tacones… Y sonando prácticamente igual. Lo importante parecía ser la saturación del mercado con más «productos musicales». Pero sobre todo, con el estilo de vida asociado que era muy «made in USA».

Aquí empezó a conocerse el lema de: «sexo, drogas y rock & roll» («sex, drugs, and rock & roll»), y también el otro lema de: «vive deprisa, muere joven» («life fast, die young»). El ambiente de fiesta era incontenible e imparable. Vivir para la fiesta y vivir por la fiesta. Vivir en el mar del hedonismo, como los romanos que vieron y sintieron el fin de su imperio sentados en los divanes mientras se atiborraban de comida y vino en un ambiente de falsa seguridad pues las fronteras se quebraban con el peso de ejércitos invasores que apuntaban hacia Roma desde todas partes.

En la Europa occidental, por influencia de USA, se extendieron esos estilos de vida, que se pueden traducir en: Drógate y no pienses, la fiesta es buena y trabajar es malo, pero sobre todo, no pienses más allá de los lemas que crea la «industria musical». Y el objetivo de esta propaganda era la juventud. Aquellos que en el futuro deberían sostener a sus países, pero ¿cómo iban a sostener algo si se pasaban el día bebiendo o drogándose?

Les pongo una analogía histórica: las guerras del opio que provocó el imperio británico contra el pueblo chino en el siglo XIX y el posterior control del tráfico de drogas resultaron en la narcotización consciente y buscada por los ingleses de hasta el 50% de los ciudadanos chinos. Generaciones quebradas o barridas a golpe de droga por la maldita élite imperial. ¿Hombres? Más preocupados en llenar su pipa de fumar, que en el futuro tanto de sí mismos como de sus familias u hogares.

Con el cambio de década, 1990s, y también con el cambio de siglo y milenio, de los 2000s en adelante, la industria musical ha creado o fomentado nuevas tendencias musicales que igualmente las ha puesto ante los escenarios más grandes y con más focos, lo publicitan en todos los medios de comunicación disponibles, siempre para llegar a la mayor cantidad de público posible, pero no sólo en Europa occidental y USA, sino en todo el mundo: Sean los países anteriormente del bloque soviético, sean países de América, África y Asia que se han incorporado al mundo global capitalista, cualquiera es objetivo de la exportación económica y sobre todo cultural, del capitalismo. Además es importante señalar que las tendencias musicales y sus modos de vida instados a imitar por parte de los públicos objetivos, también llevan aparejados las tendencias de consumo: Si tu «héroe musical» viste tal prenda, tú también; si conduce tal coche, tú también; si compra esto o aquello, tú también.

De modo que el capitalismo entra primero por la distracción de las voluntades frente a las brillantes pantallas y luego persiguen la rendición de los países conquistados mediante las cadenas de la economía, con los grilletes de los préstamos y el interés, en definitiva, que todos los países del mundo pasen a ser parte de la «deudocracia global».

Así visto, aquello que parecía festivo e inocente, en realidad tiene un trasfondo de mercadeo capitalista, de crear armas de distracción masiva a la par que crean nichos de mercado. Actualmente hay otras tendencias musicales que tienen todavía menos valor musical y más cantidad de ambiente festivo. Se debe a que la degradación es cada vez mayor, porque el sistema en sí mismo está cada vez más dañado. Los temblores del capitalismo se reflejan en las sacudidas descontroladas de sus nuevos «músicos» de moda. Necesitan agitar a sus empleados cuanto más mejor, porque su sistema se les hunde y están en el filo de la navaja. Pueden conseguir la victoria del final del capitalismo en el mundo, o rebanarse mortalmente con el propio cuchillo que es el mismo sistema ha creado.

Distrayendo las voluntades, poniéndolas lejos de los lugares peligrosos para el sistema capitalista, donde tal vez hubiera grandes masas disidentes que pensaran la creación de un sistema diferente, sin la mercantilización de todas las cosas, con el dinero como una herramienta de cambio y no como una mercancía, sin especulación y sin usura… Pero además de distracción, desde la industria musical fomentan que las masas tengan tendencias de consumo por imitación de los reclamos que el capitalismo ha puesto en todas las pantallas, y desde luego que representan una eficiente sinergia de industrias.

En definitiva, una década pintan la moda de una forma, y la década siguiente pintan la moda de otro modo, pero esto siempre será un arma de distracción masiva resumida en «sexo, drogas y capitalismo»: Un juego donde más fiestas representan menos libertades.

Fuente: http://katehon.com/es/article/sexo-drogas-y-capitalismo

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